Prelanzamiento de "Para contraer la viruela de los ladrillos"

La existencia en la ciudad y sus avatares, a cuya escueta baraja se le ofrece otra en contraoferta, llena de pertenencias elegidas. Surrealidad, neologismo, sexo, antigüedad, experimentos, humores y sordidez mediante, se tienta el territorio que refugie, que conteste al no elegido, acaso pudiendo ser capa que lo cubra y lo rehaga. El nuevo no es otro que el alucinado, a golpes vuelto alucinatario. Entonces no queda más que arrojarse al ladrillo, a su fiebre, con toda pasión, con toda certeza de que su calor es uno válido como el del rayo solar, menor que este, pero no por ello indigno. Y si ni el ladrillo esperaba poder enfermar, es porque también ahí ocurrió el hechizo; uno de los millones que habrán de lograrnos.
Este libro compila textos sueltos, poemas y experimentos de hace más de diez años. Hay, por supuesto, textos un poco más actuales o intermedios, pero siempre guíados bajo el clima mental que primaba en mis veintis (incluso jugando a que este sobrepasa al clima de hoy, a mis treinta). ¿De qué clima se trataba? De la para nada nueva sordidez que nos inyecta la aguja epocal: hay críticas sobrecompensadas por autocríticas, canciones, amores que son más huella que pisada, sexo exaltado y juegos con la lengua, casi todos bajo la égida surrealista.
Evito en la medida de mis posibilidades hablar de "etapas pasadas". Me respondo con la idea herramientas más o menos al uso: el cinismo descreído que, dicen, me caracterizaba en la adolescencia, es un tarugo ya clavado en la pared. La autocrítica es un martillo de mango doblado, de tanto dale que dale. Prefiero usar cosas nuevas que (me) descubrí. Algunas herramientas siguen limpias y firmes, como el surrealismo y los juguetes morfológicos.
Incurro en antiguallas: hay muchas cosas rimadas e incluso, caligramas que intentan replicar los entusiasmos de Apollinaire hace cien años. A veces lo rímico se planta, pecho en alto, por su naturaleza primaria musical; otras, por defendida gesta de quien, a veces como defecto, a veces como virtud, escarba la historia con fruición. En pocas palabras: la rima sigue siendo un agudo puñal en la memoria; prueba lo dan los refranes y adivinanzas. Tardíos pero memorables, Borges y Tuñón arengaban la rima con algunos puntos álgidos, especialmente el último, quien es con seguridad el que más me manijeaba por aquellos años, junto a Girondo y Pizarnik. La pata musical se la debo a los manes inmortales de Jim Morrison y Miguel Abuelo.
Muchos de estos objetos queridos los sigo leyendo cuando salgo, de vez en cuando, a leer. Los quiero a todos con el amor de quien, contento, pasa revista por su hogar, encontrando amables su cajones, amables las cosas que estos guardan. No serán la cama o la cocina, pero, oh suerte, el color del moblaje es uniforme: la pata del viejo somnier coincide con estos cajones.
¿La cama? Bueno, Dioses, hechizos, naturaleza, folklore y taoísmo. Ya, acá, alguito asoman.