Pequeñas notas sobre la banda sonora de "Retrato"
El pasado noviembre, en nuestro teatro mayor sanmartinense, vimos "Retrato", ópera prima de Rodrigo Martini, tipo diestro sí los hay en eso de solear teclas con una cámara, en capturar imágenes con un piano. Tuve el privilegio, nuevamente, de ponerle música a sus daguerrotipos veloces-oníricos, aunque en esta ocasión con el valor agregado que demanda un largometraje. Máxime si además puedo ayudar en lo ámbitos más fundamentales, como limpiar la casa abandonada que se usó para las escenas principales, comprar yerba, levantar chistes en el aire...
Un momento maravilloso, emotivo, rico en aplausos. La película fue tocadora de emociones. Da en el blanco, la buena flecha martiniana. Con la intimidad permitida de ser un poco frecuentes en la cosa cultural del pago, pudo abrirse el espacio seguro para contar las bambalinas. Cuando me tocó, borracho como estaba de nerviosismo, queriendo a toda costa evitar las inutilidades técnicas, la retórica del conservatiorio y otras malas yerbas de la ñoñez, cedí pronto la palabra. Este momentito virtual es mi revancha, un quizá-poder decir algo que contribuya un poco al sentido.
Será breve: no hay un andamiaje demasiado denso como en mis composiciones religiosas paganas. Las hay de otro tipo. Porque solo estoy para acompañar las imágenes. A no olvidarlo. Así que, bienvenida la brevedad, brenvienidad la brevedía...

Parloteo...
Como en "Tu voz entre las voces", traté de hacer que recirculen motivos, melodías. El prólogo y epílogo (que es la composición homónima de Ruy, rearreglada nomás, y mi favorita de su repertorio, sin duda) son una puerta, ora de entrada, ora de salida. Aunque no vuelven, sí lo hacen los pizzicatos de su ritmo y la tonalidad nuclear de toda la banda sonora: Eb mayor, hermosa masa púrpura que bien, mejor que yo, han exprimido Chopin, Simon & Garkunfel, Dave Brubeck, Charly García...
Me gusta pensar estas cosas en bloques virginiosos: las Liturgias dan fe de esta obsesión tímbrica. Acá pensé, originalmente, en un económico cuarteto de cuerdas como única paleta, pero todo llevó a algo decididamente multicolor. Y fue un acierto que no me atribuyo, sino al proceso mismo. Tijera mata papel; fluir mata preconcepto.
La melodía mas frecuente, la que está siempre orbitando, es aquella que arranca siendo los tensos graves iniciales y los glisandos de La máquina de sueños, escena de grandiosas imágenes, para finalizar su corto viaje siendo la voz líder de Papá. Pasa de ser un agente ominoso a un canto de amor y nostalgia. En el medio del periplo, yéndose al otro extremo y tratando de adaptarse a nuevo acorde, lidera Gracias, esta vez en el extremo opuesto del registro, agudo cuchilloso. Encontrado lo que buscaba, volverá a su centro, a su hogar mibemolado.
Gracias se prefigura en el clímax de La máquina..., pero ahora, limpio de todo terror.
Para Antiguas y extrañas reuniones pude estrenar un pequeñísimo invento: la katarización. Tomando el nombre de la entidad polimorfa y venerable del universo incaico, recogí algunas partituras de antaño y las rehíce. Alterando una composición de Johann Ludwig Krebs (1713-1780), organista barroco, mantuve su ánimo cortesano... hasta que dejé de hacerlo, metiéndole capa sobre capa de filtros inspirados las rarezas tonales de otro organista: Olivier Messiaen (1908-1992). Porque la escena se volverá asfixiante.
Es un remix, francamente, pero no me gusta ser tan anglófilo. ¡Aunque libre de infracciones a la propiedad intelectual!
... y agradezco.
Eso es todo. Me despido saboreando en la memoria el orgullo de haber visto trabajar a gente increíble: Ruy & Martu, Roger & Tamia, Juan & Mati, Enzo & Eli, Carmela & Molo, Priscila & Lucio... Además de verlos en acción, haber podido ponerle sonidos a sus frutos es, sin duda, un honor. Me detengo ahora en Gabriel Couture, musicazo y tipazo, que hizo posible darle auténtica vida digital a la música y devolverme la confianza en ella, que tan apocada la tenía, encerrada en midisuchos. También al actor Juan Salmeri, un gigante lleno de alma, le agradeceré siempre por dejarme bien plantado para el que no me conoce; porque resulta ser que le tocó interpretar a un loco-que-inventa inspirado en este loco-que-inventa. ¡Y mejor que la realidad misma!
¡Gente con la cabeza siendo nido de pléyades, gracias!