Héctor Yomha (1937-2021)

22.04.2023

Es un lujo poder contar en Youtube con un disco suyo, del vinilo a su mesa. Aunque gestó muchos más: dos de los cuales me obsequió, un poco en la permuta injusta, injustísima, por regalarle mi libro, mi torpe y adolescéntrica novela. Me duelo y me duele no poder regalarle algo más a la altura de lo suyo.

Posó sus ojos en él (hablar de lectura sería jactancia) y se asentó entre nosotros un chiste: yo era un tipo sangriento.

Otro chiste era nuestra competencia imaginaria por flirtear con una profesora, cuyo talento y hermosura nos arropaba con ondinas y salamandras.

Compartíamos algunos cultos: el Egipto dorado y el jazz negro. Los jueves a la mañana llegaba al Conservatorio con todo su porte Freud, una maleta y el buen humor que sólo pueden traducir las vidas plenas. ¿Cómo no ser así, si había amaestrado la técnica y el corazón para componer así como componía? ¡Hasta llegó a ir con el hijo a apersonarse en las pirámides!  

Lo vi tocar en la UNTREF, a piano solitario; perdí la oportunidad de escuchar sus composiciones orquestales, que un grupo había hecho en un concierto no muy lejos de su hogar. Me habló del vals jazzero que iban a hacer.

El rito funerario egipcio pide que seas un justificado; sólo así y con los conjuros correspondientes, se llegara a los campos de Iaru, para compartir mesa con Los Dioses. ¿Tendrán un piano allí?

En algún punto final del 2019 habíamos hecho una función de Carrito en Entelar, San Andrés. El buen Héctor fue hasta allá, sólo, desde su lejano nido blanquinegro; recuerdo que la obra le gustó y que mi hermana, sacadora de esta foto, junto a mi cuñado, lo acercaron al hogar.

Hogar, nido blanquinegro... ¿Cómo habrá sido? Lo pinto acá con pisos de cerámica bien temperada, dos ventanas a la ciudad, vinilos pulcros, acostados unos en otros libidinosamente. En puntos aleatorios y equidistantes, las partituras entintadas o cuneiformes. Con mirada de cíclope, en una mesa, la enemiga tremenda: la computadora, esa que le dio problemas durante la pandemia.

Una vez encrucijamos con un ejercicio que me pidió: tomé una canción infantil y le metí algunos acordes que le dieron dudas: recuerdo sólo la secuencia solmaj7/fa#m7. Lo defendí, charlamos amistosamente sobre ello, y cedió mi criterio de charquito ante su criterio de lago. En otra ocasión le adelanté el proyecto de la banda sonora: dictó coherencia interna en la música que iba a hacer. Al terminarla le mostré el tema principal de Tu Voz Entre Las Voces y algunos de los pasajes con la coherencia pedida. Le gustó, y me recomendó componer, dedicarme a ello, como él había hecho. Hector vio algo al fondo de todo lo malo en mi alumnía: hostilidad al estudio riguroso, anticlasicismo, rudeza al ejecutar...

Fue y es un momento emocionante: un lago hacía llegar gotas al charquito.

Hay viejos amigos que lo son por cumplir con Cronos: otros tienen de jefe a Kairós y se evaden la terrenalidad a efectos de ampliarse en las anarquías espirituales: ahí entran las personas que admiramos, las influencias, las personas que irrumpen con una clave; allí busco a Silvina Ocampo, a Antonio de Cabezón, a Motoori Norinaga, a Héctor...

Entonces, viejo amigo:

Q.E.A.C:

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